Cervantes y las penurias de ser soldado.

En «El Quijote», Cervantes, por boca de su protagonista, relata sus penurias y sus vivencias más duras como soldado en los tercios.

Cuando los historiadores afirmamos que del «Quijote» se pueden extraer lecciones valiosísimas para nuestra disciplina, no lo hacemos por simple gusto. En su magna obra, Cervantes dejó algunas reflexiones y narraciones que sintetizan cuanto sus ojos vieron en la España de la segunda mitad del s.XVI.

Es así que, en el capítulo XXXVIII, «Que trata del curioso discurso que hizo don Quijote de las armas y las letras», Cervantes pone en boca de su Caballero de la Triste Figura los muchos pesares que hubo de pasar cuando sirvió como soldado en las filas de los tercios.

Obra de Ferrer-Dalmau

«…El soldado… está atenido a la miseria de su paga,… con notable peligro de su vida y de su conciencia

[…]Veamos si es más rico el soldado. Y veremos que no hay ninguno más pobre en la misma pobreza, porque está atenido a la miseria de su paga, que viene o tarde o nunca, o a lo que garbeare por sus manos, con notable peligro de su vida y de su conciencia.

Y a veces suele ser su desnudez tanta, que un coleto acuchillado le sirve de gala y de camisa, y en la mitad del invierno se suele reparar de las inclemencias del cielo, estando en la campaña rasa, con sólo el aliento de su boca; que, como sale de lugar vacío, tengo por averiguado que debe de salir frío, contra toda naturaleza. Pues esperad que espere que llegue la noche, para restaurarse de todas estas incomodidades, en la cama que le aguarda, la cual, si no es por su culpa, jamás pecará de estrecha; que bien puede medir en la tierra los pies que quisiere; y revolverse en ella a su sabor, sin temor que se le encojan las sábanas.

«…Decidme, señores, si habéis mirado en ello: ¿cuán menos son los premiados por la guerra que los que han perecido en ella?…»

[…] Lléguese un día de batalla, que allí le pondrán la borla en la cabeza, hecha de hilas, para curarle algún balazo, que quizá le habrá pasado las sienes, o le dejará estropeado de brazo o pierna. Y, cuando esto no suceda, sino que el cielo piadoso le guarde y conserve sano y vivo; podrá ser que se quede en la mesma pobreza que antes estaba, y que sea menester que suceda uno y otro rencuentro, una y otra batalla; y que de todas salga vencedor, para medrar en algo; pero estos milagros vense raras veces. Pero, decidme, señores, si habéis mirado en ello: ¿cuán menos son los premiados por la guerra que los que han perecido en ella?

Sin duda, habéis de responder que no tienen comparación; ni se pueden reducir a cuenta los muertos, y que se podrán contar los premiados vivos con tres letras de guarismo. […]

[…] Es más fácil premiar a dos mil letrados que a treinta mil soldados, … [porque] a éstos no se pueden premiar sino con la mesma hacienda del señor a quien sirven. […] [Más] con las armas se defienden las repúblicas, se conservan los reinos, se guardan las ciudades, se aseguran los caminos, se despejan los mares de cosarios.

«…viendo que tiene delante de sí tantos ministros de la muerte que le amenazan…»

Obra de Ferrer-Dalmau

[…] Llegar uno por sus términos a ser buen soldado le cuesta todo … porque a cada paso está a pique de perder la vida.

Y ¿qué temor de necesidad y pobreza puede llegar ni fatigar al estudiante, que llegue al que tiene un soldado; que, hallándose cercado en alguna fuerza, y estando de posta, o guarda, en algún revellín o caballero, siente que los enemigos están minando hacia la parte donde él está; y no puede apartarse de allí por ningún caso, ni huir el peligro que de tan cerca le amenaza?

Sólo lo que puede hacer es dar noticia a su capitán de lo que pasa, para que lo remedie con alguna contramina; y él estarse quedo, temiendo y esperando cuándo improvisamente ha de subir a las nubes sin alas y bajar al profundo sin su voluntad.

«…al primer descuido de los pies iría a visitar los profundos senos de Neptuno…»

Y si éste parece pequeño peligro, veamos si le iguala o hace ventajas el de embestirse dos galeras por las proas en mitad del mar espacioso, las cuales enclavijadas y trabadas, no le queda al soldado más espacio del que concede dos pies de tabla del espolón; y, con todo esto, viendo que tiene delante de sí tantos ministros de la muerte que le amenazan cuantos cañones de artillería se asestan de la parte contraria, que no distan de su cuerpo una lanza, y viendo que al primer descuido de los pies iría a visitar los profundos senos de Neptuno; y, con todo esto, con intrépido corazón, llevado de la honra que le incita, se pone a ser blanco de tanta arcabucería, y procura pasar por tan estrecho paso al bajel contrario.

Y lo que más es de admirar; que apenas uno ha caído donde no se podrá levantar hasta la fin del mundo, cuando otro ocupa su mesmo lugar; y si éste también cae en el mar, que como a enemigo le aguarda, otro y otro le sucede, sin dar tiempo al tiempo de sus muertes: valentía y atrevimiento el mayor que se puede hallar en todos los trances de la guerra […].


Bibliografía:

Miguel de Cervantes, «El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha»

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