¿Y tú quién dices que eres España?

A lo largo de esta semana he tenido la suerte y el placer de asistir a las conferencias y charlas de ¨Letras en Sevilla¨, patrocinadas por la Fundación Cajasol y coordinadas por Arturo Pérez Reverte y Jesús Vigorra. Tercer ciclo de tan brillante proyecto, que deja el listón en lo más alto –y es que saben superarse con creces entrega tras entrega-. Bajo el título ¨España. ¿Mito o realidad?¨ las jornadas nos brindaron un sinfín de conocimiento, ideas y opiniones acerca de la cuestión nacional. Y no es para menos, pues los ponentes bien daban la talla de sabios y maestros. Pueden tener por seguro que allí ninguno estaba por estar ni hablaba por hablar: cada personaje, cada palabra y cada cabecera, estaban bordadas con mimo para sus respectivos protagonistas. Nada era fruto del azar, ni si quiera la latencia del independentismo catalán.

Igual que San Pedro abre las puertas del Cielo, Alfonso Guerra tuvo en su voz la llave para inaugurar las jornadas. Docto en discurso y curtido en política y humanidades, supo hacer un recorrido por toda la historia de España, comenzando con la descripción que hacía Estrabón de aquellos pueblos iberos, pasando por la gesta de la Monarquía Hispánica y poniendo el punto y final en nuestros días, en la hipocresía reinante en la sociedad española, que igual vitorea con efusividad o ve con parsimonia un ¡Visca Catalunya! O un ¡Gora Euskadi! Pero se avergüenza o calla por prudencia ante un ¡Viva España! Problema que achacó a la necedad de los nuevos progresistas, que han terminado abandonando los símbolos patrios, ya sea por falta de cultura o venta de votos. No cuestionó en ningún momento la existencia de España y alentó a la izquierda a retomar las divisas nacionales y dotarlas de un nuevo significado alejado del franquismo, que como él dijo < <Han pasado ya más de 40 años de aquello> >.

 

El relevo lo tomaron María Elvira Roca, autora de Imperiofobia y leyenda negra, y Antonio Escohotado, pensador a contracorriente y erudito, como él mismo se denomina. La primera esgrimió su mejor baza, aludiendo a la nefasta visión Europea e intercontinental que ha condicionado históricamente a los españoles, una opinión sesgada y teñida de oscuro que no ha dejado de hacernos daño y pintarnos como bárbaros y arcaicos. Escohotado, por su parte, desparramado en su asiento como si llevara en el cuerpo cuatro espidifenes, actuaba acorde con su personalidad y dejaba caer con irreverencia, entre calada y calada a su váper, críticas al independentismo y a quienes por mérito propio permitían el cuestionamiento nacional, cuyo primer germen es la educación. Y con la pachorra viperina que le caracteriza, le sobró hasta tiempo para acordarse de Maduro y las elecciones venezolanas.

Por la tarde Juan Carlos Monedero se marcó un buen discurso, lástima que a medida que el tiempo pasaba y las palabras corrían se fuese creyendo que estaba en mitin, -claro, es que eso de exponer de pie y con un atril…- y es que terminó haciendo copia de sus ya repetidos eslóganes. Divagó tanto, que terminó por sacar a relucir algo que desconocía, el gen de los borbones –al parecer la esencia de todos- y nos explicó con todo lujo de detalles que de monarca a monarca se transmite el cargo de Capitán General de las Fuerzas Armadas ¡Cómo si fuéramos tontos! Y para remate queriéndonos pintar aquello como si de un rito sectario-masónico se tratase. El discurso era notable, ahora bien, el contenido solo podía ser válido dentro de la Complutense o rodeado de sus palmeros. Porque aquello de nombrar hasta la saciedad el fascismo transicional hacia la democracia y lo de hacer alusión a que la Constitución del 78 fue más bien trazada por plumas facciosas… Amigo mío, no cuaja.

Al día siguiente Julio Anguita abrió con su idea de España, una España movida por la cooperación, posible si los trabajadores se unen por su futuro, un Estado fuerte consolidado en la defensa de los obreros. Una unión con Portugal, la ruptura con Europa y una filiación con Hispano América, en la que España fuese cabeza. Un proyecto demasiado ambicioso y marxista en esencia, defendido por un discurso brillante, sólido y asentado en las bases de su convicción comunista y ecologistas. Podías estar de acuerdo o no, pero su claridad y exposición eran intachables. A Julio le siguió una charla entre Arcadi Espada, columnista de El Mundo, y Carmen Sanz, miembro de la Real Academia de la Historia. La sesión terminó encauzándola Arcadi hacia la cuestión secesionista catalana, y no es para menos, el barcelonés dictaba que la mentira se había hecho dueña de las calles, la mentira había creado un separatismo xenófobo y con un fuerte toque de racismo ideológico. Ratificó la batasunización del independentismo mediante pruebas y se apoyó en ejemplos que Carmen -la historiadora- avaló de manera tajante. No tuvo dudas a la hora de culpar a TV3 de alimentar al monstruo nacionalista e incidía en que cortar de raíz ese medio público era crucial para combatir el cáncer que suponía el separatismo. Nada distaba del discurso de Alfonso Ussía, que empleando la poesía y la figura de Foxá se dio buena maña para despreciar la dictadura de lo políticamente correcto que se había instaurado tan nefastamente en España y que era uno de los mayores complejos que teníamos los españoles a la hora de contestar con fuerza ante las vejaciones del secesionismo, tampoco tuvo pelos en la lengua para criticar a la derecha como principal culpable del rupturismo.

Lo siguiente fue una mesa algo discordante, de un lado Agustí Colomines, tejedor en la sombra del Procés, historiador e independentista radical; al otro Fernando García de Cortázar, el prestigioso historiador y Paco Vázquez, ex-político gallego, con una brillante carrera. Se intentó explicar con coherencia la postura de si España era una sola nación o estaba compuesta de naciones, y claro, aquí hubo guiso. Mientras Cortázar se batía por defender la construcción de España como nación y Estado a lo largo de la historia, Paco Vázquez siguió una línea paralela pero apoyada en el monólogo. Digamos que Agustí no estuvo muy cómodo, pues mientras intentaba demostrar una clara separación entre españoles y catalanes sus dos contertulios le desmontaban argumento tras argumento, y claro, como a eso uno no está uno acostumbrado porque lo normal es hacer alegoría secesionista entre lazos amarillos, Agustí no tardó en rebajar a la sala y tildarla de falta de entendimiento, agresividad y mala educación. El caso es que los allí presentes no lo tomamos muy a bien y no tardó en desatarse un murmullo que fue in crescendo. Menos mal que Reverte saltó al estrado para poner orden, porque si no, les digo que allí se forma, con gracia, pero se forma.

La clausura estuvo marcada por un impecable discurso constitucional de Santiago Muñoz Machado, experto jurista que dio una verdadera clase derecho constitucional y dejó clara su postura a favor de una reforma de la Carta Magna. Y lo que concluyó el día fue la opinión de extranjeros acerca de España, cabe destacar la de Jorge Fernandez Díaz, de padres asturianos pero argentino de cuna, columnista en La Nación y famoso periodista, y Emilio Buale, actor ecuatoguineano residente en España. Defendieron el poso tan importante de cultura que dejamos los españoles en sus respectivos países, lo importante que somos para ellos y la referencia que significamos en el fondo para nuestras antiguas colonias. Y remarcaban las peculiaridades de nuestro ser que han quedado latentes en sus lugares de origen. Ian Gibson no fue menos y resaltó precisamente la costumbre que tenemos de elevar el tono de voz, algo que al principio le asustaba, pero que ha terminado por aceptar como costumbre.

El broche lo pusieron sin duda Juan Echanove y Baule al recitar algunos de los más brillantes versos acerca de España y el carácter de los españoles. Virtudes y defectos que se quedan cortos para lo que en realidad es un sentimiento de arduos principios, gallardía e hidalguía de raza, que pervive por los siglos de los siglos en nuestra alma.

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