Hace un par de meses me asignaron mi Trabajo de Fin de Grado: «La Guerra de la Independencia Española¨. Es cierto que me llevé un gran chasco, tenía depositada toda mi ilusión en que me tocara la Guerra Civil, pero bueno, dentro de lo que cabía, la guerra contra el francés no estaba tan mal. Me puse de inmediato a investigar muy a fondo: ensayos, comentarios, crónicas, diarios de las Cortes, memorias…
En esas estaba yo, leyendo y anotando curiosidades y datos, cuando de pronto me encontré una anécdota bastante curiosa sobre Francisco de Goya y Arthur Wellesley, más conocido como el Duque de Wellington. Creo que ninguno de los dos necesita presentación, pero bueno, por si a alguno les son desconocidos me tomaré las molestias.
De Wellington podemos decir que fue uno de los mayores genios militares de la Corona británica, siempre recordado por su victoria en Waterloo (1815) y poner punto y final a la Europa napoleónica. Frío, determinado, cortés y vivo retrato de ese orgullo inglés que vive más de la apariencia que por los hechos. En cuanto a Francisco de Goya, oriundo de la indómita Aragón, es sobradamente conocido por su talento artístico y ser uno de esos españoles que dejó una profunda huella en la cultura universal. De temperamento y genio vivo, con muy poca paciencia y fácilmente irritable.
Cuenta Mesonero Romanos -escritor y periodista madrileño que fue testigo de muchos de los acontecimientos que convulsionaron España entre 1808 y 1814- en sus Memorias de un setentón, natural y vecino de Madrid, como conoció en su juventud a Miguel Ricardo de Álava y Esquível, más conocido como el General Álava, que sirvió durante la guerra contra el francés como asesor de Wellington, y es que Álava dominaba a la perfección el inglés. Ambos militares entablaron una fructuosa y cordial amistad, llegando el británico a delegar en Álava importantes operaciones militares, como fue en el caso del Cerco a Ciudad Rodrigo (1811), que le valió el ascenso a Mariscal de Campo.
Según Mesonero, tras la batalla de los Arapiles (22 de julio de 1812) -una dura derrota para los franceses, que terminaron abandonando la capital española- don Miguel de Álava, apasionado admirador y afectuoso amigo de Francisco de Goya, consideró una estupenda idea invitar a Wellington a entrevistarse con Goya y ser retratado por el aragonés. Y es que Álava tenía especial interés en esto, porque si en algo se había distinguido Wellington durante su estancia en la Península, aparte de en el ámbito militar, era en el desprecio por todo lo español (el supremacismo británico). Álava quería demostrar a su camarada que España, con todas sus sombras, tenía muchas luces que ofrecer.Así se concertó el encuentro.
Wellington, que esperaba un efusivo recibimiento en casa del pintor, se encontró con todo lo contrario. En la puerta lo recibió un Goya desganado, con cara de pocos amigos y más sordo que una tapia (causa primera de su mala leche y amargura). A estas alturas Goya tenía ya muchos tiros dados: había visto como las ideas de la Revolución francesa habían sido sustituidas por las bayonetas, y sabía que los Británicos, enemigos tradicionales de España, no estaban allí como Hermanitas de la Caridad: habían saqueado, violado y asesinado a civiles, como sucedió en Badajoz; destruido fabricas para eliminar a España como competencia del comercio Británico…
La escena la relata Mesonero Romanos así:
“Pues bien, dadas estas premisas, presentose el Lord, acompañado de Álava, en el estudio de Goya, a quien le bastaba una hora de sesión para bosquejar un retrato, y este puso inmediatamente manos a la obra. -Cuando ya lo creyó en estado de poderle enseñar, lo presentó al Lord, el cual, o sea por escasa inteligencia, o sea por natural despego, hizo un gesto despreciativo y añadió no pocas palabras expresivas de que no le gustaba el retrato, que era un verdadero mamarracho y que no podía aceptarlo de modo alguno; todo lo cual decía en inglés al general Álava, para que lo trasladase al artista por conducto de su hijo D. Javier, que estaba presente, y por el lenguaje de los dedos, que era el único que podía servir a Goya.”
Y continúa así:
“ Observaba este con recelo y disgusto los gestos del Lord y sus contestaciones con Álava; y el hijo de Goya, persona muy instruida y que conocía la lengua inglesa, se negaba políticamente a poner en conocimiento de su padre ninguna de las apreciaciones ni palabras del Lord, procurando convencer a este de su equivocado concepto respecto a la pintura; pero ni las juiciosas observaciones del D. Javier, ni la prudente intervención del general Álava bastaban a mitigar la desdeñosa y altiva actitud de Wellingthon, como ni tampoco los accesos mal reprimidos de ira que se dibujaban en el rostro del artista; y a todo esto, don Javier, que observaba al uno y al otro, que veía a su padre echar siniestras ojeadas a las pistolas -que tenía siempre cargadas sobre la mesa-, y que temía un desenlace espantoso de aquel conflicto, no sabía a cuál acudir; hasta que vio levantarse al Lord con mucha arrogancia y ponerse el sombrero en actitud de partir.”
Atentos porque la cosa se calienta:
“ Entonces Goya, sin poderse ya contener, echó mano a las pistolas mientras el Lord requería el puño de su espada, y sólo merced a los gigantescos esfuerzos del general Álava, diciéndole que el artista estaba atacado de enajenación mental, y los del hijo de Goya conteniendo por fuerza la mano de su padre, pudo al fin terminar una escena lamentable, que acaso hubiera atajado inopinadamente la serie de triunfos del vencedor de los Arapiles, del héroe futuro de Vitoria, de Toulouse y Waterlóo.”
Y así contó el general Alava a un joven Mesonero Romanos, lo que él en persona había presenciado. Francisco de Goya tuvo por unos segundos ante el cañón de su pistola el futuro de Europa.
Fuentes:
Memorias de un Setentón, natural y vecino de Madrid. Ramón de Mesonero Romanos.
Muchas gracias, aunque sea hoy 5/4/2022