Dicen que en Ermua, hace 25 años, se hizo la luz. Que un Ángel Blanco de rostro sereno e inocente mirada dejó sus alas a su pueblo para que resistiera con valor.
Dicen que en Ermua, hace 25 años, vivía un Ángel Blanco joven, humilde y corriente como el común de la gente. Sonrisa amigable y rostro afable, pelo algo alborotado y de espíritu bonachón y algo alocado. Trabajaba y estudiaba, pero también sobrevivía a la oscuridad de los tiempos y el lugar que le tocaron en una Euskadi donde el ser español o negarse a aceptar ciertos postulados podía costar la vida de uno mismo e incluso la de sus allegados. Entró en política para plantar cara desde el barro y no pasó de ser un concejal veinteañero lleno de ilusión y enfocado en proyectos de cambio. Únicamente tuvo la mala suerte de pertenecer al partido equivocado. A E.T.A nunca le gustaron aquellos que condenaban y despreciaban sus actos.
Dicen que en Ermua, hace 25 años, un Ángel Blanco fue secuestrado y que pasó a ser el trofeo de caza de una “cuadrilla de asesinos”, tal y como él los había calificado. Exhibieron su nombre y hasta se jactaron, y dieron un plazo de 48 horas exigiendo condiciones que bien sabían no recibirían de ningún grado. Inquietos y desesperados, el pueblo español y vasco alzaron la voz y las calles se llenaron pidiendo clemencia y liberación. Fue tanta la fuerza que su espíritu levantó que su propia familia creyó que los captores habían sucumbido al clamor.
Boca abajo, con la cara desfigurada, el rostro quemado por el llanto, las manos atadas a la espalda y con dos agujeros en la cabeza marcados. Así yacía el Ángel Blanco de Ermua en mitad de un descampado.
Dicen que en Ermua, hace 25 años, España entera se congregó haciendo vigilia y esperando el buen desenlace de su Ángel Blanco. Pero aquella tarde del 12 de julio, a las 16:50, cumplido el plazo, “Txapote”, “Amaia” y “Oker”, ya tenían su destino marcado. Le cortaron las alas, lo maniataron y le obligaron a arrodillarse y humillarse ante el poder destructivo de una E.T.A plagada de sanguinarios. Y sin espera, ni previo aviso, como cerdo en el matadero, (todo por la “socialización del sufrimiento”) dos tiros le abrieron la nuca y sacaron de él todo lo que fue y lo que pudo ser. Boca abajo, con la cara desfigurada, el rostro quemado por el llanto, las manos atadas a la espalda y con dos agujeros en la cabeza marcados. Así yacía el Ángel Blanco de Ermua en mitad de un descampado.
Dicen que en Ermua, hace 25 años, se hizo la luz. Que un Ángel Blanco de rostro sereno e inocente mirada dejó sus alas a su pueblo para que resistiera con valor. El sectarismo lo apresó, la ira lo humilló y el odio lo ejecutó. Pero el terror… El terror no venció. Porque el más vil de los asesinatos despojó del miedo y la cobardía a cuantos vivieron durante años con la cabeza gacha por temor. Porque por fin, los corderos se hicieron leones al grito de “¡Queremos ver el miedo en sus caras!” a pesar de no tener balas, “solo miradas”. Se acabó el temor a las pintadas, a ser señalado y a saludar al vecino acusado de ser español o “txibato”.
Dicen que en Ermua, hace 25 años, asesinaron a Miguel Ángel Blanco Garrido, héroe civil a la fuerza del sino. Alma inocente que, sin saberlo, comenzó a arrastrar a ETA al abismo.