“Amigo mío, yo tuve la suerte de nacer en la lengua de Cervantes. Y no hay mayor orgullo ni unión que ese don divino. Ustedes. Nosotros. Tienen y tenemos mucho de lo que presumir”
Hace unos seis años, en pleno camino Camino de Santiago, tuve la fortuna de toparme con una persona que, con muy poco, profundizó en el superfluo sentido que tenía acerca de la Hispanidad. El culpable fue Ismael, un personaje de onomástica bíblica y actitud similar, aunque más actual. Se trataba de un señor mayor. Un hombre comido por las canas y arrastrado por los años. Bajito, bigotudo y con brío, me confesó que frisaba los ochenta años, pero a pesar de ello despertaba una vitalidad fuera de lo común. Tan pronto como advertí en él un acento caribeño, mi vena americanista se activó y enseguida trabé conversación.
Me dijo que era de Puerto Rico y que, me lo creyese o no, estaba enfangado en aquella caminata por dos motivos: huir de su suegra -supongo que bromeaba- y buscar sus raíces. Pudimos charlar distendidamente de lo mucho que nos unía a pesar del ancho charco y años de independencia política que nos separaban. Y, sin esperarlo, me espetó algo que jamás creí escuchar por boca de un hispanoamericano: “Amigo mío, yo tuve la suerte de nacer en la lengua de Cervantes y no hay mayor orgullo ni unión que ese don divino. Ustedes. Nosotros. Tienen y tenemos mucho de lo que presumir”.
Aquello me fascinó, porque mi mentalidad post adolescente comprendió muy rápidamente que, más allá de los símbolos materiales que algunos tratan de manipular y politizar, hay todo un mar de suertes intangibles que, guste o no, hacen de todos los pueblos hispanos uno.
Podemos presumir porque a través de los tiempos, la historia, la providencia, la esencia de nuestras gentes, la configuración geográfica que marcó el sino del hombre ibérico, hizo de la augusta Hispania romana, la lanzadera de cultura uniformizante que configuró el devenir y el presente de medio mundo por siglos enteros.
Podemos presumir de haber sido pioneros en la domesticación de las aguas de los tres grandes océanos. En el reconocimiento y aprovechamiento de corrientes de viento nunca advertidas por el ser humano ni aún imaginadas por los grandes científicos europeos. Por haber desbrozado una realidad geográfica totalmente nueva para un Mundo Viejo y por haber caminado recónditos parajes que ni siquiera los nativos más ancestrales conocieron.
Podemos presumir de siembra. De esparcir por todos los continentes habitados la mies de la lengua, la religión, una forma de pensar, vivir, sentir… De crear una misma consciencia que, a pesar del repetido intento de ciertos interesados, resiste en lo más profundo de sus raíces y permite que nos sintamos más próximos a una persona de Acapulco (México) que a una de Casablanca (Marruecos), a pesar de que del primero distan casi diez mil kilómetros y del segundo apenas quinientos.
Unión y hermanamiento. De eso podemos presumir.
Eso es Hispanidad.