Seamos sinceros, cuando todo esto empezó no teníamos ni idea de a qué nos estábamos enfrentando. Desconocíamos las verdaderas dimensiones de este ciclón vírico que desde hace más de un mes va dejando tras de sí un drama humano y una hemorragia económica imposibles de calcular a día de hoy.
Al principio, allá por diciembre y enero, todo sonaba muy lejano, tan remoto como la información que suele sobrepasar el rango de visión de nuestras narices; tan remoto como la inmensa mayoría de las noticias. Cuando el virus traspasó fronteras e hincó su bandera en Europa tampoco parecía haber mayor problema, ya lo dijo el doctor Fernando Simón con su «no hay riesgo de infectarse», que nos dejó a todos con el mismo semblante. Luego vinieron las palabras tan sosegadas en «politiqués» -dialecto cultivado por lo más repipi de la política española- de nuestro presidente y su coro de ministros. Y como no pasaba nada pues ale, vamos a desoír las recomendaciones de la OMS, porque total, Europa termina en los Pirineos, ¿verdad? Así que venga manifestaciones en masa (alguna promovida por miembros del gobierno conscientes de la cruda realidad), venga partidos de fútbol a puerta abierta, vamos a animarnos con otras concentraciones en espacios cerrados… ¿Qué más da? El virus no va a llegar.
Ah, pero al final llegó. Lo hizo sin llamar a la puerta, por encima de toda la ignorancia y la incredulidad sembrada, con una facilidad pasmosa. Y a pesar de que no había que tenerle miedo porque era una simple gripe -cosa que un servidor pensaba- y mataba menos que la violencia de género, el puñetero Coronavirus ha puesto contra las cuerdas hasta al más gañán. En un abrir y cerrar de ojos la tragedia había cogido «de imprevisto» al gobierno y «sus expertos». Que tragedia, no tuvieron tiempo para prepararse decentemente y atrincherarse como Dios manda contra la pandemia… Las depravadas autoridades internacionales dejaron vendido a su suerte y sin información al pobre gobierno… Y no hablemos de Europa, que osa poner en duda las medidas que toma un ejecutivo de tanto calado como el nuestro… Claro, ante un panorama tan triste y desolador, ¿qué puede hacer «monsieur le Président»? Pues nada, lo primero marcarse unos monólogos de «Almax, padre y muy señor mío» en prime time; improvisar medidas que impliquen hacer el ridículo de cara a la esfera internacional; poner la zancadilla a ciertas comunidades autónomas; controlar a los medios de comunicación; maquillar la realidad; poner a Simón como cabeza de turco; y sobre todo aludir a la unidad y la necesidad de eximir las culpas temporales para hacernos a todos partícipes equitativos de sus tropiezos.
El que escribe estas líneas desde su casa está con ustedes, los que permanecen en sus hogares y con los que a sabiendas del riesgo salen cada día a cumplir con su oficio: sanitarios, transportistas, ganaderos, fuerzas del orden… Es lo justo para con quien cumple como buen ciudadano. Pero permítanme que me desmarque de la «unidad política» que hasta hace unos días venía defendiendo, mis ideas y mi moral no me lo permiten, no puedo seguir respaldando -ni si quiera con silencio- a quien defiende de boca y a la vez juega de facto con la salud de los suyos; no puedo callar ante unos tipos que se han llenado la boca de «libertad de expresión» y están sometiendo a los medios a un filtro y tergiversación constante; no voy a callarme ante un gobierno que deja con el culo al aire al Motor del país -hablo de los autónomos- cuando más expuesto está; no puedo respaldar a un gobierno que a pesar de su larga cola de ministros no es capaz de dar a luz ni un mísero plan económico o una solución efectiva al problema de la educación. Si esta es mi salvaguarda prefiero acogerme a la Santa Hermandad de la Disidencia.
Tristes pero verdaderas palabras. Desde Argentina vemos con horror lo sucedido en Europa y en España misma. Dios los libre y guarde.
Espero que allá todos se encuentren bien. Un fuerte abrazo y mucha fuerza.