No es fácil soportar más de dos milenios de historia a nuestras espaldas, pero lo sobrellevamos.
La España que hoy conocemos no es la misma en la que desembarcó Amílcar Barca en el 237 a.C, ni la misma en la que nació el gran Trajano allá por el 53 d.C. Tampoco se asemeja mucho a la del reino visigodo de Leovigildo de mediados del s. VI ni a aquella península de Reconquista en la que convergieron al-Ándalus y los reinos cristianos de la zona septentrional -que terminaron malogrando históricamente el reino de Portugal-. En nada se parece esta España a la de los Trastámara y aún menos a la del legado dejado por Isabel y Fernando a su descendencia de la Casa de Habsburgo. Poco queda de aquella España ultramarina de vocación conquistadora y exploradora, audaz en el Nuevo Mundo y respetada en el Viejo Continente. Atrás quedó aquel s.XVII, de espíritu orgulloso pero decadente, refundado en un fuerte carácter de mano de los Borbones en el XVIII. Lejos se ve aquella España del XIX, invadida pero resistente, liberal y revolucionaria a la par que dogmática, estoicamente fratricida e inevitablemente testamentaria del convulso pero rico s.XX.
No es fácil ser Iberia primero; Hispania después; al-Ándalus conviviente y enfrentado con Castilla, Aragón, Navarra y Portugal también; unión dinástica de Coronas y cimiento de la universalidad de Europa; ejemplo de absolutismo y referente del liberalismo; República, dictadura y Transición…
No es fácil ser la inspiración de Séneca, el legajo de san Isidoro y la luz de Averroes; pupitre de Nebrija, cátedra de Vitoria, denuedo de Cervantes y lienzo de Velázquez; laboratorio de Balmis, anhelo de Jovellanos, recuerdo de Cadalso y óleo de Goya; defensa de Madariaga, orgullo de Gasset, dilema de Unamuno y paradigma de Dalí.
No, la España que hoy conocemos no tiene nada que ver con la de aquellos tiempos, ni siquiera significó lo mismo en cada momento, pero aquella Península orgullosa, única y despuntante, siempre mantuvo su carácter. Península de paso que terminó siendo determinante en la historia de la humanidad y que a los posos de los pueblos que llegaron, se asentaron o marcharon, debe su desconcertante singularidad.
No, no es fácil soportar más de dos milenios de historia a nuestras espaldas, pero lo sobrellevamos.
Manuel Fuentes Márquez