Seguro que todos los que en este momento leéis mi artículo habéis estado en Córdoba disfrutando de cada uno de sus rincones. A parte de la majestuosidad de la Mezquita y la inquietante belleza de la Judería, más de uno habréis reparado en una singular imagen que se encuentra la Plaza de las Tendillas, una escultura ecuestre que llama la atención por dos cosas: la primera, la pose característica de un condotiero italiano del Renacimiento y la segunda, la cabeza del jinete, curiosamente labrada en mármol. Podríamos pensar que nos encontramos ante una obra proveniente de la bota de Europa, y que vete a saber por qué está ahí. Pues no es italiana amigos, esa estatua es tan española como el representado, que no es otro que Gonzalo Fernández de Córdoba, ¨El Gran Capitán.
Aunque el propio nombre pueda llevarnos al engaño, Gonzalo no era natal de la antigua capital califal, sino de Montilla, allí vino al mundo en septiembre de 1453, dentro de una familia perteneciente a la baja nobleza andaluza, fue el segundo de tres hermanos y poca cuenta tuvo de padre, pues quedo huérfano siendo muy pequeño. Aquella muerte no hizo más que agravar su situación: era un segundón, y en aquel momento, aquello no tenía muchas salidas, pues el mayorazgo (herencia) le correspondía en su totalidad al primogénito, y bueno, el resto de la prole tenía que buscarse la vida.
Pasó su infancia en Córdoba, allí recibió formación en el mundo de las letras y las armas. Pero en aquellos tiempos (y no hace tanto) la adolescencia y la adultez llegaban a más temprana edad que en la actualidad, y dadas las circunstancias el joven no tuvo más remedio que dejar a su familia con tan solo 13 años para recalar Arévalo, al norte de Castilla, donde estaban el rey y el ejército. Allí conoció y entabló amistad con el infante Alfonso, hermano del rey Enrique IV y de la futura reina Isabel. Poco duró la relación pues el infante falleció repentinamente y en muy extrañas circunstancias, unos decían la causa era una pestilencia y otros acusaban directamente a Juan Pacheco de haberlo envenenado.
A la muerte de Alfonso, Gonzalo quedó sin padrino, pero era inteligente y parecía oler las oportunidades con mucha antelación, por eso se incorporó al séquito de la recién nombrada Princesa de Asturias, Isabel. La joven venía con la lección aprendida, sabía de qué eran capaces los nobles. Desde un primer momento dejó patente su carácter, y es que con tan solo 17 años se había impuesto a Enrique, exigiéndole su nombramiento como primera sucesora al trono. Isabel apuntaba maneras y Gonzalo supo ganarse el favor de la futura reina.
En la Corte nunca faltaron lenguas viperinas, corría el rumor de que doña ¨Juanita¨, la hija de Enrique y Juana de Portugal, era fruto de un encuentro entre la reina y don Beltrán de la Cueva, privado del monarca, por ello los nobles y el pueblo no tardaron en apodar a la niña como ¨la Beltraneja¨. Caro le salió el mote, cuando Enrique murió en 1474, su hija ya venía desprestigiada y desacreditada. Sin tirar la toalla, su madre tomó las riendas del carro y buscó apoyo en Portugal para aferrarse al trono. Se inició así una guerra de sucesión por el trono entre Isabel y Juana, guerra que serviría a Gonzalo para proyectar su talento y demostrar su valía. En ella fue notablemente destacada su actuación en la batalla de la Albuera, donde recibió numerosos galardones.
La contienda terminó con Isabel coronada y con Juanita y su madre poniendo pies en polvorosa y huyendo a Portugal. La nueva reina, ya desposada con Fernando de Aragón, buscaba rodearse de hombres fuertes, por ello promovió a Gonzalo y lo puso al servicio de su marido –siempre se ha dicho que el Católico tuvo cierto celo de su ¨Gran Capitán¨-. Fernando lo colocó a la cabeza de su inminente empresa, la toma del Reino Nazarí de Granada, una campaña que se prolongó durante 10 años y en la cual Gonzalo demostró sus dotes de mando, su capacidad estratégica y el saber adecuar el ejército a los tiempos. La actuación en la guerra de Granada le valió a Gonzalo la concesión, por parte de sus majestades, de una encomienda de la Orden de Santiago. No alcanzaba aún los 30 años tenía más renombre que muchos nobles de alta cuna.
Su próxima aventura sería en Italia y fue allí donde se ganó con creces el título de ¨Gran Capitán¨.
[Continuará]