Hacia 1494 en Italia se estaba formando la de ¨Dios es Cristo¨. Carlos VIII, el rey Francés, había invadido Nápoles, alegaba tener derechos dinásticos, así que según él la causa era justa. Fernando de Aragón no podía permitir aquello, para derechos sucesorios ya estaba él, el rey napolitano era familiar suyo, así que acabó apoyando a su pariente. En 1495 el Católico preparó una campaña y no se lo pensó dos veces cuando puso a Gonzalo a la cabeza.
Nada más poner pie en suelo italiano, el de Córdoba se unió al ejército de Ferrante II de Nápoles, el monarca estaba impaciente por entrar en batalla, se moría de ganas por devolver a los franceses la afrenta: lo habían echado a puntapiés de su propio reino. Gonzalo parecía más pausado, sabía que el ejército francés era duro de pelar, no podían dejarse llevar por los sentimientos y lanzarse sin un plan previo. Advirtió y pidió cautela al napolitano, pero de nada sirvió, Ferrante sucumbió a la primera de cambio ante las provocaciones de los franceses. Una mala decisión abocó a todos sus hombres a un tremebundo desastre en Seminara. Aquello terminó con Gonzalo refugiado tras las murallas de Reggio. No podía creerlo, no había hecho más que llegar y ya tenía a más de la mitad de la tropa desmoralizada y a cientos de soldados heridos.
Aquel día le valió para pensar. No durmió. Después de limpiarse las heridas rajó un trozo de tela y lo clavó en la mesa con su daga. Tomó una pluma, la mojó en tinta y mientras memorizaba la formación de su ejército y el enemigo, dibujó rápidamente unos garabatos e hizo una serie de anotaciones: ¨evitar campo abierto¨, ¨arcabuceros por ballesteros¨, ¨aumentar infantería e reducir caballería¨, ¨coronelías: piqueros, rodeleros e arcabuceros¨… Habían nacido los tercios españoles.
Inmediatamente mandó llamar a uno de sus oficiales:
Gonzalo: «Narváez, buen amigo y servidor. Mirad bien aqueste mapa, es Italia. Culpa mía fue la cosa del retirarnos, mas poniendo a Cristo y a vos por testigo, vengo a decir que por limpiar mi nombre coseremos este desaguisado.»
Narváez: «¿Qué propone vuestra merced?»
Gonzalo: «Aquesta es la cuestión. Nos no daremos pie a refriega abierta, guardaremos paciencia. Cambiaremos riendas y tomaremos plazas pequeñas, aqueste modo y sin despertar curiosidad del enemigo cercaremos a sus hombres con gran tino.»
Ya había pensado su jugada. En un rápido golpe de mano Gonzalo se adueñó de 12 plazas y cercó al ejército francés. Las innovaciones estaban dando sus frutos. Aquello permitió a Ferrante irrumpir con gran osadía en Nápoles y tomar la capital, los habitantes recibieron a su rey con los brazos abiertos. Pero aquello no significaba un merecido descanso. Cuándo los franceses entraron en Italia en 1494 no solo fueron a por las posesiones napolitanas, la cosa iba más allá. Carlos VIII aprovechó la ocasión para tomar Roma y obligar al Papa Alejandro VI firmar algún que otro decreto. Y claro, sus católicas majestades no iban a tolerar que el francés pusiera al vicario de Cristo a la altura de un paje. Tras liberar Nápoles la siguiente misión de Gonzalo sería auxiliar al pontífice. A caballo entre una cosa y otra se encontraba Atella, una plaza estratégica. Tomarla era clave.
Tras 17 días el ejército de Fernández de Córdoba llegó a las puertas de Atella, allí se encontró con César Borgia y el rey Ferrante II. Todos ponían malas caras. La fortaleza parecía inexpugnable, estaba defendida por el duque de Montpensier y sus fuerzas triplicaban a los 1.400 hombres que traía Gonzalo.
Ferrante: «Malcontento me tenéis Gonzalo, no llego a contar 1.500 hombres en tus huestes y a fe que veo más infantes que jinetes…»
Gonzalo: «Créame majestad, aquestos son mis más notables guerreros y si un día pudieron socorreros en horas bajas bien pudiera ser que hoy pongan esta plaza a sus pies. Nunca subestiméis a un español.»
César: «Marranis… ¡Face ya mucho tiempo que mi padre espera vuestra ayuda!»
Gonzalo: «Vos no facéis ningún honor al pontífice, insultáis a los vuestros. ¿Olvidáis vuestros orígenes? Apartad y orad que Nos daremos la cara por Vos.»
Córdoba tiró con fuerza de las riendas de su caballo y cabalgó para reconocer el terreno. Le bastaron 3 minutos para idear su plan. A su vuelta reunió a los generales y les lanzó su propuesta: la ciudad resistiría el cerco mientras estuviese abastecida. Varios molinos surtían de comida y agua a la ciudadela por lo que para tomarla habría que empezar por capturar los molinos. Nadie discutió, todos callaron y asintieron. Pocos días después se produjo el ataque.
El recibimiento fue caluroso. Piqueros suizos, ballesteros y arcabuceros dieron la bienvenida a los españoles. Los superaban en número, parecía una idea descabellada. Gonzalo ordenó a la caballería rodear los molinos y esconderse. «¡Adelante!» la infantería marchó de frente. ¡Zap! ¡Pam! Las primeras saetas cayeron sin apenas hacer daño. Los arcabuzazos no alcanzaban aún su objetivo. La segunda descarga fue distinta, los españoles empezaron a caer. En ese momento Gonzalo mandó abrir la formación e hizo una señal a sus tiradores para que apostaran arcabuces hacia el flanco izquierdo enemigo- Al mismo tiempo, los rodeleros cargaron contra las líneas francesas. Los defensores no tuvieron tiempo de recoger sus armas. Arrollaron con todos. Los piqueros suizos trataban de organizarse, pero los españoles habían desbaratado su formación y en breve llegaría el resto de la infantería. No había cuartel. A pesar de ser superiores en número, los franceses se retiraban. Caían por cientos, no podían contra aquellos demonios. Intentaban huir hacia la fortaleza. No llegarían demasiado lejos. La caballería hispana llegaba a toda prisa para cortar la retirada. Entró en escena arrasando con todo.
Cuando todo parecía haber terminado se abrieron las puertas de la ciudadela. Ahí estaba la temida caballería gala. Fernández de Córdoba ordenó a sus hombres reagruparse y puso a la infantería al frente. Los arcabuceros abrieron fuego. Decenas de caballos cayeron al instante. «¡Relevo!» Los piqueros españoles dieron un paso al frente y se pusieron en vanguardia. La caballería francesa estaba perdida. Tan solo se produjo una carga, lo siguiente fue el toque de retirada y la huida en desbandada de los franceses hacía la ciudad. Dejaban atrás a más de 3.000 compañeros. Los molinos eran españoles.
30 días duró el cerco, ni uno más ni uno menos, lo justo para que los sitiados no se comieran entre ellos. El duque de Montpensier entregó la fortaleza y firmó las capitulaciones pertinentes: se devolverían al rey napolitano todas las plazas salvo la de Calabria, a cambio, Gonzalo ofreció transporte para que los franceses pudieran regresar a casa.
La toma de Atella le valió a Gonzalo el sobrenombre de ¨Gran Capitán¨ y le granjeó la estima y admiración de pueblo y generales. Cuentan las lenguas que a partir de entonces fueron muchos los hombres que se le unieron sin ni siquiera prometérseles un sueldo.
[Continuará]
Buena narración.