Desde hace poco más de un mes Badajoz luce orgullosa ante España, Europa y el mundo la estatua del hombre que dio su vida defendiéndola ante el todopoderoso ejército francés: el general Rafael Menacho. Un tipo valiente, decidido y fiel a sus valores, como el hombre que lo ha devuelto a la ciudad que lo vio morir: el escultor Salvador Amaya.
Quizás los más aficionados a este mundillo ya lo conozcan, pero seguramente haya quien apenas sepa de él o simplemente haya visto sus obras e ignoren el autor. Pues bien, Salvador Amaya es uno de los artistas más distinguidos y célebres del momento, escultor por vocación y tradición, lleva el oficio en las venas.
Un oficio que ha sabido combinar con su devoción por la Historia. Cada uno de sus trabajos es un homenaje a nuestro pasado, a esos héroes y hazañas que encumbraron el nombre de España. Aparte de la reciente escultura del general Menacho, de merecida mención son los monumentos dedicados a: Blas de Lezo, Bernardo de Gálvez, Cervantes, Fernán González, Beatriz Galindo…
«Se ha saldado una deuda con Menacho»
Desde hacía tiempo quería concertar una entrevista con Salvador, de hecho ya se lo había pedido y aceptó sin ningún problema. Sin embargo, los quehaceres de la Universidad me ponían muy difícil la labor. El otro día, charlando desenfadadamente con él, recordé la propuesta que le había hecho meses antes y aproveché la ocasión para tirar de conversación y sacar la entrevista. Lo prefería así, porque es la mejor manera de conocer al Salvador Amaya más natural.
«Todos tenemos una misión, espiritualmente hablando»
P: Si me permites Salvador, desde hace mucho, en este país andamos huérfanos de un arte que recuerde las glorias y personajes de nuestro pasado… Tu labor y la de Augusto Ferrer-Dalmau es encomiable.
R: Pero pocos políticos lo entienden.
P: Muy, pocos… ¿A ti qué es lo que te empuja a desvivirte por hacer una obra tras otra para el público? Es decir, quizás podrías sacar más beneficio a tu trabajo orientándolo simplemente a encargos de particulares.
R: No hay tanto trabajo como pueda parecer. Ni para instituciones ni para particulares. Los particulares están más interesados en viajes y tecnología que en arte. Sacar adelante cada proyecto me cuesta mucho trabajo, muchos paseos, muchas puertas cerradas, así que como conozco con lo que voy a tener que lidiar, dirijo el objetivo a personajes que me interesan y que sé que voy a hacer bien.
P: ¿Te ponen muchas trabas los ayuntamientos?
R: Los ayuntamientos normalmente no hacen ni caso. Les importa tanto la historia y los héroes como a ti o a mí el color de las bragas de la Pantoja. Así es lamentablemente.
P: No lo habría expresado mejor… He visto cómo trabajas el barro para la escultura en el reportaje que te hizo Castilla la Mancha Media. ¿De verdad es tan exhaustivo? ¿No acabas cansado de tanto trabajo, y más aún cuando algo no sale como quieres?
R: La escultura requiere de mucho esfuerzo físico. Desde el momento en que hago la estructura metálica o esqueleto, hasta los miles de kilos de arcilla con los que se recubren suponen un esfuerzo. Poner, quitar, corregir… Son parte del proceso creativo, ahí ya entra en juego el esfuerzo mental y el proceso evolutivo de error y acierto.
«Los ayuntamientos no hacen ni caso. Les importa tanto la historia y los héroes como a ti o a mí el color de las bragas de la Pantoja, lamentablemente.»
P: Vamos, que igual que tienes días en que todo sale a las mil maravillas, otros te vas a la cama cabreado, hastiado y dando vueltas a cómo arreglar lo del día anterior o esperando a que la bombilla se encienda.
R: Si, exactamente es así. Hay días que te acuestas a gusto y pensando que el día ha cundido y duermes como un niño, y días que te metes en la cama y no haces más que dar vueltas atormentado lleno de dudas. Ese suele ser el secreto, el sufrimiento que te lleva a intentar superarte siempre.
P: Supongo que habrás tenido un maestro. No creo que hayas nacido con el oficio aprendido, aunque tengo entendido que te viene de familia.
R: Mi padre era escultor y fue viéndole trabajar como me familiarice con este oficio. Si te cuento la verdad desde pequeño me atrajo el trabajo de mi padre porque me resultaba curioso y siempre idealizaba a los personajes que el hacia como si estuvieran vivos: el Cid de Burgos en el que el trabajó, el monumento a la Inmaculada de León o al alférez provisional en ciudad real . Miraba los modelos en escayola y soñaba. Aprendí con libros de mi padre, solo, porque lo que yo quería hacer era otra cosa. Yo quería enfocar mi vida artística a la historia y a nuestra civilización. Y la verdad es que mis maestros fueron los clásicos, Arno Breker, Juan de Ávalos y mi padre por supuesto. Pero no fui a ninguna academia, nunca.
P: La experiencia hace al maestro.
R: La verdad es que si, a base de años.
P: Aquí toco un poco lo sentimental. ¿Alguna de tus obras se la has dedicado a tu padre o ha sido un homenaje a él?
R: Pues si te digo verdad cuando hice el monumento a Blas de Lezo para Colón, mi padre falleció una semana antes de la inauguración y mi hermana Anabel una semana después de haber empezado el barro. Ese monumento se lo dedique a ellos dos.
P: Sin duda dos pérdidas irreparables… ¿Te ayuda el arte a evadirte y descargar tus sentimientos en situaciones así?
R: Sí, totalmente. Fue Blas de Lezo quien me ayudó a superar la muerte de mi hermana. Tienes que cumplir siempre, no se puede tirar la toalla. Cuando empecé con Menacho me dio un infarto y nada más recuperarme un poco, la estatua me ayudó mucho para salir adelante.
P: No tenía ni idea de esto último. ¿Te encuentras bien y recuperado por completo?
R: Si, me siento bien y con ilusión por seguir trabajando. Algunos días siento un dolor que me impulsa a no perder el tiempo, a disfrutar de mi familia cada día y a pensar en el siguiente proyecto porque cada día hay que aprovecharlo. Uno nunca sabe y más habiendo sentido la muerte acariciándote. La vida es distinta ahora para mí. El tiempo no se puede perder en cosas superfluas. Todos tenemos una misión, espiritualmente hablando.
P: Esas experiencias cambian por completo la visión de la vida. Cambiando de tercio y volviendo al tema histórico y artístico ¿Le tienes especial cariño a alguna de tus obras?
R: Cariño les tengo a todas, cada una en su momento me aporto algo grande. Blas de Lezo fue un despegue a nivel internacional, Menacho me ha gustado porque tanto a mí como a la asociación cívica que lo impulsó, nos costó mucho que se hiciera posible. Pero una vez conseguido se ha saldado una deuda con Menacho, alguien que se lo merece.
«Cuando hice el monumento a Blas de Lezo, mi padre falleció una semana antes de la inauguración y mi hermana Anabel una semana después de haber empezado el barro. Se lo dedique a ellos dos. Blas de Lezo me ayudó a superar la muerte de mi hermana.»
P: ¿Y la historia que más te ha cautivado?
R: Los últimos de Filipinas ya los conocía y me gustaban mucho. No se, yo creo que la de los Comuneros de Castilla me encantó cuando hice el monumento. Me inspiró mucho el disco del nuevo mester de juglaría y acabé metiéndome totalmente en la época. Me está gustando la entrevista.
P: Estamos en una etapa sin apenas referentes, aunque si miramos atrás tenemos grandes ejemplos de superación, idealistas, aventureros… Pero la gente parece desconocerlos. ¿Crees que es un problema de educación en las aulas?
R: Mi contacto con el mundo académico actual me viene por mi hija. Percibo que se hace mucho hincapié en la historia mundial y en la Guerra Civil. Tienen nociones tan básicas que estudian antes a los presidentes americanos que a los reyes godos. Entiendo que en los colegios debe abordarse la historia sin apasionamiento, pero de ahí a no estudiar a don Pelayo, Guzmán el Bueno o la Batalla de las Navas de Tolosa, me resulta extraño. Como si no quisiesen que los chavales sintieran orgullo o arraigo a España y sus ancestros.
«Cuando empecé con Menacho me dio un infarto y nada más recuperarme un poco, la estatua me ayudó mucho para salir adelante.»
P: ¿Con tus esculturas acercas más a esas personas del pasado que podríamos tener por referentes?
R: La escultura pública tiene un alto valor didáctico. No sólo permite sacar el arte de los salones de las élites y acercarlos al gran público, sino que nos permite narrar historias, y en mi caso ensalzar valores. Hay gente que pasea por la calle y no mira pero hay muchos otros que se paran, curiosos, a observar qué se conmemora o a quién se homenajea. Qué se pregunten por qué, qué hizo o quién fue, es inevitable y terminarán buscando información y transmitiéndola. A todos nos gusta compartir con nuestro entorno conocimientos, y es la mejor manera de mantener la tradición y no dejar que la historia caiga en el olvido.
P: La última. ¿Qué futuro tiene una sociedad que olvida a sus héroes, gestas…?
R: No hay futuro. Cualquier futuro se construye con una base: idiomática, religiosa, cultural… Plantear evolucionar sin saber por dónde hemos pasado anteriormente no tiene sentido. Una sociedad con pies de barro cuya única expectativa sea sobrevivir y no aspirar a dejar huella, está abocada a desaparecer.