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Felipe II el incansable

Felipe II fue el ejemplo del rey-despacho, el prototipo del monarca incansable que no desatendía ningún asunto de gobierno, pero, ¿cómo era su jornada diaria?

Quizás nunca tuvo el carácter tan abierto y espontáneo de su padre y quizás pecó de exceso capitalino y sedentario a la hora de gobernar sus reinos, pero jamás desatendió sus tareas de gobierno. Sin lugar a dudas, Felipe II fue el arquetipo de monarca absoluto y el modelo a imitar por admiradores y detractores. Adicto al trabajo y minucioso hasta el tuétano, el último de los Austrias mayores cambió la silla de montar y la espada de su padre por el sillón, la pluma y el tintero del despacho. Por eso, no es de extrañar que muchas veces la historiografía se refiera a Felipe II como “el rey burócrata”.

Prudente por preparación

A pesar de no permanecer mucho tiempo junto a él, Carlos V fue sumamente estricto con la educación de su heredero y trató de apartar de Felipe a los preceptores más permisivos y acercarle a los más estrictos y austeros. Los tiempos así lo requerían. Debido a su itinerancia y a falta de la muy competente y ya fallecida Isabel de Avis, Carlos necesitaba urgentemente que Felipe adquiriera la madurez necesaria para tomar las riendas de Castilla en su ausencia.

Desde muy pequeño, Felipe II sabía que estaba destinado a asumir las riendas de la Monarquía, por eso, cuando recogió el testigo de su padre en 1556, estaba más que preparado

Ya desde los 16 años, el joven Felipe conoció de primera mano lo que eran las tareas de gobierno y a ellas se amoldó. Por eso, cuando su padre decidió dejarle el testigo en 1556, a Felipe aquello no le cogió desprevenido. Para entonces, el nuevo monarca, que aún no había cumplido los 30 años, tenía más que estipulada su jornada de trabajo y estaba al tanto de todo cuanto ocurría en sus dominios.

Una rutina agotadora

Enrique Martínez (2020) apunta que todos los coetáneos aseguraban que la rutina del Rey Prudente era realmente agotadora. El monarca tenía ordenado que todas las mañanas se le despertase a eso de las 6:00, para, inmediatamente, meditar durante un par de horas los asuntos despachados el día de antes y los que le tocaría resolver en el presente. A continuación, durante hora y media, aproximadamente, Felipe escuchaba misa, rezaba con profusión y, a renglón seguido, desde las 9:30 hasta las 11:00, recibía personalmente a uno o dos consejeros o secretarios de los consejos.

Todos los coetáneos coincidían en que la jornada de Felipe II era realmente agotadora y exhaustiva, se prolongaba desde las 6:00 hasta las 23:00

Terminado esto, el rey pasaba a comer y descansar hasta las 13:00 del mediodía. Supuestamente relajado y descansado, Felipe volvía a su mesa de trabajo y hasta las 15:00 se dedicaba a despachar. La hora siguiente la reservaba para las audiencias (de las que no era muy devoto por considerarlas una pérdida de tiempo para los asuntos serios de gobierno) y hasta las 18:00 volvía a atender los asuntos de los consejos. Tras esto, y hasta las 21:00 de la noche, el monarca se retiraba a estudiar y leer con fruición la documentación que le llegaba y a escribir anotaciones sobre ellas o responder a las mismas. Finalmente, Felipe cenaba, y para las 23:00 hacía examen de conciencia y se dormía a la espera de repetir la misma jornada al día siguiente a las 6:00 de la mañana.

Trabajador hasta el extremo

Felipe siempre prefirió el sosiego del despacho y la soledad para tomar las mejores decisiones tocantes a su ministerio, y pronto extendió al conjunto de la Corona su modo de trabajo y su manera de ver y entender las cosas. Procuraba tener siempre cerca a sus principales secretarios y consejeros para poder recurrir a ellos en cualquier momento. Tan presente tenía el trabajo en su vida que ni siquiera en sus viajes el rey descansaba, para el camino solía llevar consigo una bolsa grande con documentos y legajos en el interior, y en caso de saturación en su despacho, optaba por tratar los asuntos en relajados paseos a caballo o a pie en sus cuidados jardines.

Felipe II ni siquiera descansaba en sus desplazamientos y viajes, asumía el trabajo de gobierno como algo tan necesario como comer

Este carácter laborioso e infatigable lo asumía Felipe con entereza y naturalidad, el rey era consciente de su responsabilidad y sabía de sobra que todo era poco para dirigir el buen gobierno y los designios de aquella Monarquía Hispánica en cuyos dominios nunca se ponía el Sol. Dios, en quien él siempre confiaba, de momento no iba a bajar del Cielo para administrar su reino.

Bibligrafía:

  • Martínez, Enrique. Felipe II: el hombre, el rey, el mito.
  • El Escorial: biografía de una época. Ministerio de la Cultura,.

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