El romper de las olas contra el casco del barco y las voces de los marineros seguían sonando en la cabeza de Cortés, hacía ya unos días que había puesto pie en tierra. Nos encontramos en la isla de La Española, lo que hoy día viene siendo Haití y la República Dominicana, allí recaló Hernán Cortés en 1504 con tan solo 19 años, como ya les comenté el extremeño buscaba oportunidades y de estas estaba bien sobrado el Nuevo Mundo.
Cortés no desperdició el tiempo y desde el primer momento buscó entrevistarse con Nicolás de Ovando (quien en aquel momento era el gobernador de la isla), quería conocer la administración del lugar, informarse acerca de las ambiciosas empresas que se iban planeando y de paso dejar caer su carisma por el despacho de Nicolás, ofreciéndose voluntario para cualquier tarea de cierta importancia. Al gobernador aquel joven le cayó en gracia y tuvo en cuenta que sabía algo de leyes, de modo que le otorgó el oficio de escribano acompañado de la concesión de una encomienda en Azúa; para aclarar dudas la encomienda abarcaba un buen número de tierras e indios en propiedad, bueno tanto como propiedad… Se supone que los indios debían trabajar aquellas tierras a cambio de la conversión y el catecismo cristiano que el encomendero debía brindarles, es decir, ¨yo salvo tu alma y tú salvas mi bolsillo¨.
Dio la casualidad de que aún se encontraban algunos reductos indígenas en la isla, los cuales se resistían a la dominación española, así que Ovando solicitó voluntarios para algunas expediciones de castigo, no iba a permitir que le tomasen por el pito del sereno. Tan presto como siempre y dando ejemplo de valentía frente a los demás, Cortés dio un paso al frente y se volcó en la propuesta de Nicolás. El caso es que lo hizo bastante bien, aquella habilidad para la esgrima que fraguó junto a su padre le vino de lujo para demostrar sus dotes guerreras y dar cuenta de su capacidad de liderazgo. En esta misión de apaciguamiento nuestro protagonista se encontró con un hombre que marcaría un antes y un después en su vida, Diego Velázquez. Éste ya le conocía de oídas, pero ahora había sido testigo de la bravura y el atrevimiento del extremeño en el campo de batalla, aunque su impresión fue mayor cuando pudo hablar con él, su personalidad, experiencia como escribano y el buen conocimiento que tenía del latín acabaron por deslumbrar a Velázquez.
Allá por el Nuevo Mundo la perdición por las féminas de Cortés terminó por valerle una serie de desgracias parecidas a la andanza ocurrida en Sevilla. Así pues, en La Española había cierta mujer que otorgaba sus favores a quien mejor le parecía y más le convenía, lo cual podía en el orgullo a Cortés y no aceptaba de buena gana. En cierta ocasión se batió en duelo contra un competidor y aunque no perdió la vida sí le costó algo el pellejo, ya que la pelea le dejó como recuerdo una fea cicatriz en la cara, a raíz de esta se dejará crecer una poblada barba, aunque eso sí, siempre cuidada.
En 1511 Diego Colón sucede a Nicolás de Ovando y su primera intención fue incorporar la isla de Cuba a sus posesiones y posteriormente poblarla, para tal empresa echó mano a su hombre de mayor confianza, Diego Velázquez, éste había navegado junto a su padre, (Cristóbal) en el segundo viaje a las Indias. Diego echo mano de Cortés, aquel joven extremeño demostraba ser un jabato y además, no tenía gran relevancia, de modo que no temía por la posible competencia. Y así era, por el momento Hernán no pensaba hacer ruido alguno, pero sabía de la ambición de Velázquez y él no se conformaría con ser un segundón, su astucia superaba a la de aquel tipo.
La conquista de Cuba no fue difícil, mucha gente se unió a la expedición y la recompensa prometida motivó treméndamente a la tropa -entre esta se encontraba un pariente de Diego Velázquez, un hombre que más adelante tendrá un papel importante en esta historia, Pánfilo de Narváez-. Cuba se conquista muy a placer y Velázquez fue nombrado adelantado de la isla, en compensación entregó a Cortés otra encomienda y lo convirtió en su hombre de confianza.
No mucho tiempo después se puso en marcha la repoblación del lugar y a éste llegó una ¨mal casada¨ de la época, Elena Juárez, que consciente de su desgracia se propuso casar a su hermana Catalina con un buen hombre para así no emular su trágico destino; mala decisión, Cortés fue forzado a casarse y como era lógico nunca amó a la pobre Catalina, es más, se dice que el propio marido terminó por estrangularla, pero eso ya es otra historia.
A Hernán no le gustaba la idea de tener como esposa a aquella mujer de aspecto escuálido, de hecho la rechazó, por lo que terminaron montándole un verdadero circo. Según cuentan las lenguas, Velázquez andaba enamorado de Elena, de modo que para agraciarla decidió preparar una encerrona a Cortés, lo hizo preso y mediante la extorsión consiguió que éste terminara contrayendo matrimonio con Catalina. Hernán nunca olvidó tal afrentay se la cobraría con creces tiempo después.
Tras la boda, Cortés se reconcilió con Velázquez (no le convenía tenerlo en contra) y éste lo nombró alcalde de Baracoa, la actual Guantánamo, pero esto no era suficiente para el extremeño, había ido hasta América para arriesgar y acometer una empresa importante, todo esto significaba un mero premio de consolación. Dio la casualidad de que justo en ese momento se descubrió la existencia de un nuevo territorio, Yucatán, la noticia no tardó en llegar a oídos de Cortés, quien vio como una ventana se abría de par en par ante sus ambiciones, así que se juntaron el hambre y las ganas de comer.
Hernán se interesó por el hallazgo y en menos que canta un gallo se apresuró a convencer a Velázquez y montar una expedición por su cuenta. La cosa no iba del todo mal, Cortés contaba con unos 500 hombres deseosos de tomar parte en esa nueva aventura, (entre los cuales se encontraban varios veteranos de las guerras de Italia), 14 piezas de artillería, 16 caballos y 11 barcos, vamos que lo tenía bien montado. Más a última hora Velázquez decidió relevar al extremeño, en el fondo temía su sagacidad.
Al enterarse del cambio de planes, Cortés enfureció, aquel patán no era quien para apartarlo de su sueño, iba a salirse con la suya costase lo que costase, de modo que avisó a todos sus hombres en cuanto pudo y bien entrada la noche partió desde el puerto de la Habana camino a la gloria o a la perdición.
[Continuará]