La noche acababa de caer. Una noche cerrada, de esas en las que las nubes cuajan el cielo y ciegan a la luna. Una de esas noches en las que ni la luz del candil es suficiente como para alumbrar a dos palmos de distancia. Una espesa nevada caía sobre el campamento español.

-Coge solo lo necesario, no vamos de acampada.

Trujillo, cigarro en boca, abría el cerrojo del Máuser y lo limpiaba con presteza.

-Oye Trujillo, que no llevas ni medio día como cabo, ¿de qué vas?

-A callar niñato, que de estas cosas saben los mayores, -espetó el Torero con guasa- ah, y olvídate de tabaco para esta misión, ¿eh? Que no está la cosa como para que tu tos nos delate. Ni entubado ni de liar con «librillos»… ¡Jajaja!.

Trujillo y el Torero estallaron en una sonora carcajada, a Fernandito Bigotes, por la cara que ponía, no parecía hacerle mucha gracia el chiste. Se dieron prisa con las provisiones: comida como para dos días; munición abundante, pero sin pasarse; media botella de aguardiente que le escamotearon a uno de Jaén vaciada en la cantimplora del Torero (por si había que entrar en calor)… Todo lo que estorbase sobraba, dejaron atrás las máscaras antigás, las palas y los enseres de las tiendas de campaña. ¿Abrigo? Todo lo necesario y más: bufanda, abuela (braga de cuello), guantes, cuatro pares de calcetines secos, abrigo M40 y una manta bajo la guerrera.

-¿Lo ven? -el capitán del Bosch señalaba en un mapa arrugado el río Nevá- Justo aquí es por donde deben pasar.

Trujillo inclinando la cabeza miró dubitativo a su capitán y preguntó:

-¿Y cómo lo cruzamos?

-Eso lo dejo a su gusto, -dijo del Bosch abriendo el brazo en tono relajado- ahí no me meto. Tan solo quiero que no los vean, y que dejen el menor rastro posible. Tenga, -sacó de su bolsa una brújula y unos prismáticos y los puso sobre la mesa- le servirán. Lo único que puedo decirles es que la Luftwaffe hace un par de semanas que no sobrevuela esta maldita tierra, pero las últimas fotografías que tenemos muestran que cruzado el Nevá hay seis puestos de guardia sobre atalayas y poco más… Alguna trinchera, pozos de tiradores y un par de filas de sacos terreros. Su misión es asegurar que nada ha cambiado, informar del número de hombres, tomar nota de los vehículos y piezas de artillería. Ah, y si de paso descubren un atajo, una taberna, una plaza de toros o un prostíbulo mucho mejor.

El Torero se frotó las manos e hizo una mueca pícara.

-Bueno, pues al lío.

Trujillo dobló el mapa, cogió la brújula y los metió en el bolsillo interior del abrigo, se colgó los prismáticos al cuello, el máuser al hombro y se colocó el casco. El capitán Milans le dio la mano con firmeza.

-Suerte y al toro -dijo del Bosch haciendo el saludo militar-.

Antes de marchar a la misión los tres guripas fueron a despedirse de sus compañeros de armas. Abrazos efusivos, cuatro chistes, un buen trago de café con vodka ofrecido por el sargento Vázquez y el típico nos vemos a la vuelta.

Avanzaban en triángulo, con Trujillo a la cabeza, armas apuntando hacia arriba y abrigados hasta las cejas, ni si quiera se alcanzaba a verles los ojos, los cuales no eran capaces de abrir por completo. «Don Milans tendrá los huevos bien calientes allí en el campamento…» refunfuñaba Bigotes entre pisada y pisada. Caminar entre la nieve y el carámbano a más de diez grados bajo cero no era agradable, y menos por la noche, justo cuando más arreciaba la ventisca.

-¿Alguno ve algo? Porque yo no sé a dónde vamos.

-Deja de quejarte y ándate con ojo Fernandito.

Toda la noche estuvieron andando, a duras penas, luchando contra el temporal y oponiendo aun más resistencia a la tensión constante que suponía enfrentarse a la oscuridad a campo abierto. Justo cuando comenzaba a despuntar el alba y pudieron deshacerse de tan endemoniados compañeros lograron divisar a lo lejos lo que parecía ser un río. Trujillo levantó el brazo para indicar a sus compañeros que parasen e hincó una rodilla en tierra.

-Me da a mí… -se bajó la braga de cuello y sacó los prismáticos- Que ese es el río Nevá.

-Al Tormes no se parece desde luego.

Contestó Bigotes con ironía. El viento arreciaba suavemente arrastrando consigo pequeños copos de nieve, ya no molestaba y permitía ver con más claridad.

-Vale, si no me equivoco las líneas defensivas están a unos trescientos pasos de la otra orilla, -Trujillo apretó los ojos a los prismáticos- lo que no sé es si…

-¿Hay alguien en alguna de las orillas?

-Eso estoy mirando Torero, a primera vista parece que no, y eso es precisamente lo que me no me gusta. ¡Espera! Míralo, ahí está.

El Torero y Bigotes se alarmaron rápidamente.

-¿Qué ves Trujillo?

-Una barca, está cruzando el río.

Trujillo hizo un gesto con la cabeza para que sus compañeros le siguieran.

-Vamos a adelantarnos hasta ese saliente, desde allí podré ver mucho mejor.

Los tres avanzaron rápidamente, con zancadas largas y torpes por culpa de la nieve. Trujillo hacía sus cabilaciones: ¿serán amigos o enemigos? Y en caso de que fueran enemigos qué hacer, ¿dejarlos con vida o quitarlos de en medio? Llegaron hasta la pequeña elevación y se tumbaron. Trujillo echó mano de los prismáticos y dejó el fusil a su derecha.

-A ver…

-¿Qué ves? Di Trujillo. ¿Cuántos son?

-Fernando o te callas o los rusos no van a tener que preocuparse por tí.

El Torero no estaba para muchas bromas, andaba más alerta que aquel día en el que le intentó robar la Luger a un capitán alemán durante el periodo de instrucción, de aquello guardaba un bonito recuerdo en la ingle izquierda.

-Son cinco.

-Pues deben venir para lo mismo que vamos nosotros.

Comentó Bigotes apretando el fusil con mucho nervio.

-¿Y qué vamos a hacer?

Trujillo apenas tuvo tiempo para pensar la pregunta que acababa de lanzar el Torero. Fue una decisión instantánea, fruto del instinto y el arrojo más que de la meditación.

-¿Qué coño vamos a hacer? Cargárnoslos. No podemos dejar que lleguen hasta el campamento, si no dentro de poco tendremos otra oleada de rusos como la de hace unos días.

-Peor quizás, porque vendrán mejor preparados y con más mala leche.

Dijo Bigotes mientras se santiguaba.

-Pues tu dirás cómo nos lo montamos, porque nosotros somos tres y ellos cinco.

-Dudo que quieran ser vistos, supongo que avanzarán por ese pequeño bosque de pinos, -explicaba Trujillo haciendo indicaciones con la mano- así que la idea es dar un rodeo, cogerlos desprevenidos y una vez los tengamos a tiro cazarlos como a conejos. Iremos muy separados, a una distancia de treinta pies el uno del otro, y antes de apretar el gatillo nos repartimos las piezas. Apuntad bien porque solo tenemos una oportunidad.

El Torero abrió la cantimplora y ofreció un trago de aguardiente a sus compañeros, los tres se santiguaron y con Trujillo a la cabeza se deslizaron por la pendiente. Avanzaron deprisa, corriendo pero sin perder atención a todo cuanto les rodeaba.

-¡Al suelo! -dijo Trujillo echándose cuerpo a tierra- Están entrando en el bosque.

A lo lejos se veía a los soviéticos, habían dejado la barca en la orilla del río, volcada boca abajo y cubierta de nieve. Marchaban en formación abierta, intentando controlar todos los rangos de visión, uno de ellos, el que guardaba la retaguardia, de vez en cuando se daba la vuelta y rastreaba con la mirada todo el perímetro. Trujillo sacó los prismáticos por última vez:

-Todos van con fusiles menos uno, el primero, ese lleva una metralleta de esas con tambor. Ese es mío. Estaos atentos y tened las bayonetas a mano. En pie, vámonos.

Se adentraron en el bosque cual lobo que persigue a su presa, agachados, tratando de no hacer mucho ruido, avanzando pino a pino, buscando cobertura y parapeto constante, dando y devolviendo alguna que otra mirada cómplice que inspirara algo de confianza. «Sh», Trujillo se llevó el dedo a la boca y con la mano izquierda ordenó a Bigotes y al Torero que permanecieran donde estaban. Él se quedó de pie, apegado al tronco del pino que lo cobijaba, los otros dos se echaron cuerpo a tierra. Los soviéticos estaban cerca, podía escucharlos, a unos setenta metros de distancia, treinta quizás, quien sabe, era imposible calcularlo con seguridad. «Davay, davay», Trujillo respiró profundamente, «ya están aquí…», pensó. «U vas yest’ tovarishch tabak», cada vez estaban más cerca «Yebat’ Gregori», Trujillo palpó su Tokarev en busca de cierta seguridad, esa seguridad que una pistola te pude brindar justo cuando se te encasquilla el arma principal o te quedas sin munición, agarró con firmeza el Kar 98 y se pegó como una lapa al pino. En un intento de controlar los nervios comenzó a rezar para si: un Padre Nuestro, podía verlos por el rabillo del ojo; un Ave María, estaban tras el puñetero árbol; un Gloria, era el momento.

-¡Ahora!

[Continuará]

Imagen de Augusto Ferrer-Dalmau.

1 comentario en «Recuerdos en la nieve (VI): Un gélido paseo.»

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