Continuando con el centenario del Desastre de Annual, qué mejor forma de evocar y remover sentimientos que esta carta de amor de uno de los defensores de Monte Arruit, escrita un día antes de su muerte, a su «dulce María».

Mi dulce María, nunca pensé escribir esta carta, pero lo preocupante de la situación me lleva a ello. Llevamos días atrincherados y defendiendo Monte Arruit, apenas tenemos agua y comida. Los moros nos cercan y nos hacen fuego, cada día tenemos nuevas bajas, ya sea por causa enemiga o por efecto del calor, y no tenemos medicamentos ni medios de asistencia sanitaria.

Según dicen, el General Berenguer le ha prometido a Navarro que mandarán refuerzos desde Melilla, pero la ayuda nunca parece llegar. Hay descontento y pesar entre los hombres aquí. Hay rumores fiables de que se negociará la rendición de la plaza, pero no sabemos mucho más al respecto. No sé qué pasará, hemos pasado muchas penurias en esta maldita guerra, pero como la de Monte Arruit no la he vivido. Ya se sabe como actúan los moros y tengo mucho miedo por lo que pueda pasar, estamos prácticamente a su merced y no creo que podamos resistir mucho más el hostigamiento al que nos someten.

Mi dulce María, … llevamos días atrincherados y defendiendo Monte Arruit… Ya se sabe como actúan los moros y tengo mucho miedo por lo que pueda pasar.

En el campamento tratamos de animarnos los unos a los otros; por su parte, día tras día, los oficiales nos recuerdan lo que implica ser un soldado español con arengas patrióticas, pero lo que más nos reconforta, dentro de lo que se puede, es la camaradería que hacemos todos en estos difíciles momentos.

La verdad que no sé por qué te estoy contando esto, supongo que por egoísmo al desahogarme con este papel. No quiero robarte más líneas, ya que esta carta es para ti: la dulce niña de mis ojos, mi morena, mi malagueña, mi razón de vivir, mi anhelo, la estrella que me guía en las noches, la única persona por la cual suspiro día tras día y me reconforta pensar que pronto te veré, que pronto te abrazaré, que pronto te besaré y que pronto me casaré contigo. Dios sabe lo mucho que te quiero.

Aún me acuerdo de la primera vez que te vi, con aquel vestido azul, tu pelo negro azabache recogido en un coco, esos ojos verde esmeralda que son capaces de cegar más que este sol africano y convertir a cualquier hombre en estatua de sal con sólo regalarle una mirada tuya. Me acuerdo de la canasta de mimbre llena de pescado que llevabas pues venías del mercado y como yo, apoyado en la pared de la calle de mi casa, quedé absorto ante tu belleza.

Te eché un piropo cuando pasaste por delante mía, no pensé que me hicieras caso, ya que tal hermosura tiene que estar acostumbrada a que te los digan, pero giraste tu preciosa cara, me miraste y me sonreíste. Bendito piropo aquel. Te pedí acompañarte a casa para hablarte por el camino y me lo permitiste.

Esta carta es para ti: la dulce niña de mis ojos… Aún me acuerdo de la primera vez que te vi… Te eché un piropo… y me sonreíste

Desde entonces fuimos inseparables, me costó que tu padre me aceptara, pero ya sabes que la insistencia siempre ha sido mi virtud. Aún me tiemblan las piernas cuando me acuerdo de aquel primer beso que te robé en la puerta de la casa de tu tía, se nos paró el mundo alrededor en ese instante. En fin, hay tantas cosas que podría contar…

Seguro que mientras lees esto estás esbozando una sonrisa. En estas líneas que llevo hablando de ti se me ha olvidado momentáneamente todo lo que estoy pasando aquí. Siempre serás mi mejor medicina y el remedio de todos mis males. Ya sabes que al comienzo de esta carta te dije que nunca pensé escribirla. Es de despedida, mi amor. Si recibes esta carta será porque yo ya no estaré.

No quiero ser egoísta y por ello te pido que no me guardes luto, que no te apenes por mí, que rehagas tu vida lo más pronto posible y que no me eches en falta pues yo siempre estaré contigo en cada momento de tu vida. Que seas muy feliz y que hagas realidad todos tus sueños, ya que los míos se cumplieron cuando me dejaste amarte. Quiero que sepas que mis últimos pensamientos son para ti y que siempre te querré y cuidaré allá donde esté.

Monte Arruit a 8 de agosto de 1921.

De tu soldadito, Pedro.

No me guardes luto… siempre te querré y cuidaré allá donde esté

El 9 de agosto de 1921 el general Navarro entregó Monte Arruit a los marroquíes. Los soldados españoles salieron desarmados y en columna, alineándose en la puerta del fuerte junto a los heridos para emprender una penosa y larga marcha hacia Melilla. Los rifeños no respetaron lo pactado y se lanzaron sin piedad contra los españoles. Apenas hicieron prisioneros, tan solo 60 lograron sobrevivir.

El Desastre de Annual se había consumado en su más trágico desenlace. Más de 3.000 cadáveres expuestos a un sol abrasador yacían descuartizados, decorando macabramente los restos del fuerte mientras los buitres y otras alimañas se encargaban de reducirlos a restos de carroña. Meses después Monte Arruit fue recuperado por el ejército español.

Restos de españoles en Monte Arruit

1 comentario en «Carta de despedida de un soldado español en Monte Arruit a su novia.»

  1. En cualquier otro país, se habría juzgado a Abdelkrim, aquí no se pidió su entrega de Francia y eso q estábamos allí x su culpa (siempre nos han llevado al huerto).
    Después del desembarco de Alhucemas deberían no deberían haber dejado ni la simiente de esas alimañas de rifeños. Este país es demasiado condescensiente con sus enemigos, está claro q no pintábamos nada allí, pero si ejecutan a sangre fría a españoles, mi sangre se pone a hervir y los paso a cuchillos desde los 14 a los 90 años, como me llamo Antonio.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Navega fácil