Desde la revolución de 1917, el zar Nicolás II y su familia, vivían completamente apartados de la vida política, permanecían encarcelados en la residencia Ipátiev de Ekaterimburgo junto a cierto personal de confianza de palacio, un encarcelamiento que se endureció y pauperizó progresivamente desde que los bolcheviques llegaron al poder. En plena Guerra Civil Rusa, la madrugada del 16 al 17 de julio de 1918, tras una fría y cuidadosa planificación de Lenin, Dzrezhinsky (jefe de la Checa) y Sverdlov (Presidente del Secretariado Central del PCUS), Yakov Yorovsky, ferviente comunista y hombre de confianza de Lenin, encabezó el pelotón de ejecución encargado de exterminar a la familia Romanov. Yorovsky cuenta en sus memorias cómo aconteció la masacre:

La residencia Ipátiev

Hice venir a los guardias del interior, designados para fusilar a Nicolás y su familia y le dije a cada cual a quién debía abatir. Les entregué revólveres Nagan. Mientras les distribuía sus instrucciones, los lituanos me pidieron que no los hiciese participar en la ejecución de las jóvenes, pues serían incapaces de hacerlo. Me dije que más valía no mezclarlos en la ejecución pues en el momento crucial no serían capaces de cumplir su deber revolucionario… A la una y media de la mañana golpearon a la puerta. Era «Deshollinador». Entré en la habitación, desperté al doctor Botkin y le dije que deberían vestirse rápidamente pues había disturbios en la ciudad y debería llevarlos a un lugar seguro.

A las dos de la mañana escolté al grupo al sótano de la casa. Les dije que se agruparan en un orden especial. Yo acompañé a la familia al sótano. Nicolás llevaba a Alexis en brazos. El resto, algunos de los cuales llevaban almohadas y alguna que otra cosa fue bajando. Alejandra Fiodorovna se sentó. También Alexis. Les dije a todos que se pusieran en fila. Lo hicieron y cubrieron una pared entera y dos laterales. Les dije que el Comité Ejecutivo de los Soviets representantes de los obreros, campesinos y soldados había ordenado su ejecución. Nicolás se volvió hacia mí, con aire de pregunta. Repetí lo que había dicho y después ordené «¡Fuego!».

Yákov Yurovsky

Fui el primero en disparar y maté a Nicolás. Los tiros duraron demasiado… Necesité tiempo para detener el tiroteo que se había vuelto desordenado. Pero cuando ordené que cesara, me di cuenta de que varios vivían aún. Por ejemplo, el doctor Boktin estaba tumbado y apoyado en un codo como si reposara. Lo acabé de un tiro de revólver. Alexis, Tatiana, Anastasia y Olga estaban vivos. Al igual que Demídova. El camarada Yermakov quería rematarlos a todos con la bayoneta. Pero no hubiésemos podido. Demasiado tarde descubrimos que las jóvenes llevaban corsés blindados recubiertos de diamantes. Tuve que matarlas una por una. Por desgracia, los hombres del Ejército Rojo vieron esos objetos y decidieron apropiárselos.

Lenin jamás reconoció la autoría de los hechos, delegó las responsabilidades en el Sóviet Regional de los Urales, que, según él, democráticamente tomó la resolución de liquidar los residuos del Antiguo Régimen. Además, si bien el líder soviético comunicó a toda Rusia la “respetable” ejecución del zar, nunca hizo pública la muerte de su familia, difamando en la prensa nacional que habían sido «trasladados a un lugar seguro».

Bibliografía:
Yákov Mijáilovich Yurovski, “Yurovsky Note” (1922).

“Memorias de Yákov Yurovsky” (1991).

1 comentario en «El asesinato de los Romanov según su verdugo.»

  1. Ese tal Jurovsky (judío, quién fue relojero fracasado), al igual que su «padre» y autor intelectual Lenin, deben estar retorciéndose de dolor en sus tumbas por el homicidio de los hijos del zar, algunos de los cuales eran aún niños.
    Lenin recibió en vida su castigo por e espeluznante homicidio cometido, ya que además del atentado que sufrió y que lo dejó parapléjico, el poder solo le duró pocos años, siendo traicionado por otro de sus «hijos asesinos», el impresentable Stalin, quién lo habría envenenado.
    Años más tarde (1953), este asesino genocida también fue envenenado por el jefe de su Cheka, el verdugo Beria. Una especialidad de estos falsos «rojos» de envenenarse entre ellos. La misma suerte corrió con Trotski, el otro homicida, a quién la larga mano asesina del dictador lo asesinó en México.
    De que valió tanto derramamiento de sangre de millones de personas en un pais en el que, después de varios decenios, ha vuelto a la primavera de la libertad.

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