La comida en alta mar en la primera vuelta al mundo

Carne y pescado en sazón, bizcocho duro, cuero mojado, ratas y vinagre. ¿Te gusta el exquisito menú del que disfrutaron Magallanes y Elcano?

Hace 500 años viajar en barco no era como hoy. Olvídense de esos gigantescos cruceros que surcan los anuncios de televisión y quítense de la cabeza los yates que alguna vez han visto atracados en Marbella. Cuando Magallanes se hizo a la mar, la vida a bordo de un navío no era nada cómoda. Embadurnados de agua y sal, los marineros apenas tenían espacio para moverse y pasaban largo tiempo a la deriva expuestos al aliento de la Parca.

¿UNA DIETA VARIADA?

¿Cómo se alimentaban? ¿Cuál era el menú de los marineros? Bueno, pues para empezar, valga la certeza de que los barcos zarpaban bien avituallados, con abundante comida. Ahora, eso sí, nada era apetecible, todo iba concienzuda y abundantemente sazonado para su conservación, y por norma general el ¨chef¨ de turno no se paraba a desazonar, una a una, cada pieza de carne o pescado. Aquello era mucha tarea y quitaba sustancia. Para más inri, cabe decir que la mayor parte de esa vianda conservaba las proteínas justas, por aquello de las picaduras de moscas, cucarachas, gusanos y demás golosos de la misma índole.

Pero si nos atenemos al plato estrella, ese era el bizcocho de pan: el principal sustento del marinero. Y no, no tiene nada que ver con el típico bizcocho que andan imaginando, quiten de la cabeza esa imagen. La palabra bizcocho viene del termino ¨cocer dos veces¨, bueno y tres y cuatro y cinco… Tantas como largo fuera el viaje. Claro, llegado un punto, aquello estaba más duro que una piedra. Los más novatos no solían caer en esta particularidad y no era raro el caso del grumete que, muerto de hambre, se abalanzaba a por su mendrugo y perdía un diente en el acto.

Lo más recomendable era mojar el bizcocho para hacerlo comestible, ¿pero en qué? Pues en agua salada o en vino. Y dirán los lectores: «Bueno, por lo menos tenían vino». Bueno, eso de por lo menos… Más bien se podría decir que tenían su propia destilería a base de agua y vinagre. Ese caldo era el quitapenas de los marineros.

En momentos de hambre y escasez creo que no hace falta decir que las ratas eran tan codiciadas como un buen cerdo -llegaban a pagarse medio ducado la pieza- e incluso el cuero era despachado como el mejor de los tocinos, pero eso sí, siempre bien remojado en agua salada previo consumo.

UNOS TESTIMONIOS PARA RECORDAR

Valga para hacernos a la idea este relato de Andrés de San Martín, piloto y cosmógrafo en jefe de la Expedición de Magallanes:

Aquí comenzaron los problemas pues ya la escasez de alimentos y agua se iba notando a pesar de haberse empezado a racionar, pues ya no les quedaban alimentos frescos, el bizcocho ya no era pan, sino una especie de polvo con mezcla de gusanos, que eran los que se habían comido la harina y para terminar de arreglarlo tenía un olor insoportable, porque se había impregnado de los orines de los ratones. El agua estaba en parecidas condiciones por lo que se llegó a cocinar el arroz con el agua del mar y como no quedaba otra cosa, se cortaban pedazos del cuero de vaca con que iban forrados la gran verga, para evitar que el roce de los cabos de maniobra se comiera la madera, pero como estos cueros habían estado siempre expuestos al agua, sol y vientos, se habían endurecido de tal manera, que para poderlos masticar, había que dejarlos caer al agua durante cuatro o cinco días, para que así quedaran más blandos, para ponerlos encima de las brasas y después a la boca para masticar.

Y por si este relato es poco ilustrativo, aquí dejo otro del escritor Eugenio de Salazar, quien parece que no disfrutó mucho de su viaje:

Pues pedid de beber en medio de la mar, moriréis de sed, que os darán el agua por onzas como en la botica, después de harto de cecinas y cosas saladas; que la señora mar no sufre, ni conserva carnes ni pescados que no vistan su sal. Y así todo lo más que se come es corrompido y hediondo, como el mabonto de los negros zapes. Y aun con el agua es menester perder los sentidos del gusto y olfato y vista para bebería y no sentirla. De esta manera se come y se bebe en esta agradable ciudad. ¿Pues si en el comer y beber hay este regalo, en lo demás cuál será? Hombres, mujeres, mozos y viejos, sucios y limpios, todos van hechos una mololoa y mazamorra, pegados unos con otros; y así junto á unos uno regüelda, otro vomita, otro suelta los vientos, otro descarga las tripas, vos almorzáis. (Extracto de una carta de Eugenio de Salazar, s.XVI).

Ciertamente delicioso.

Referencias:

Pablo Emilio Pérez Mallaina. Ciclo de conferencias: «Sevilla se abre al mundo». Co. Enriqueta Vila Vilar. (2019).

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