Quevedo, al rey las cosas claras y Santiago patrón de España.

En 1617 las Cortes aprobaron el copatronazgo de Teresa de Jesús junto al apóstol Santiago. Ante tal ultraje, Quevedo se lanzará en defensa del patrón de las Españas.

E como estouiesen fuerte mente peleando vieron la vision del apostol con grand conpaña de angeles commo caualleros armados que parescia alos moros que era muy gran gente queles venia en socorro […]. Pocos escaparon […]. E cogido el despojo que fue muy rico e grande fue el Rey don Ramiro luego sobre Calahorra e tomola alos moros por fuerça de armas. (Diego Rodríguez de Almela, “Valerio de las historias eclesiásticas”).

La hipotética batalla de Clavijo y la leyenda de la aparición del apóstol Santiago como brazo armado celestial de la cristiandad en la Reconquista, supuso que el rey Ramiro I, supuesto benefactor de la gracia apostólica, concediera y refutara a Santiago el Mayor como advocación hegemónica del catolicismo en sus dominios. Primacía que, andado el tiempo, pasará a ser patronazgo único y universal de Las Españas. Este status quo permaneció inalterable hasta el siglo XVII, concretamente en el año 1617 -reinando Felipe III-, tras la beatificación de santa Teresa de Jesús y la propuesta, por parte los Carmelitas Descalzos, de su nombramiento como copatrona de España junto a Santiago. Las Cortes aprobarán este nombramiento el 24 de octubre de 1617 y será ratificado por el Tercer Felipe un año después. Lo que comenzó como una inocente novedad, terminó siendo un tremendo dolor de cabeza para el rey de Las Españas.

A bote pronto, si este acontecimiento se produjese hoy en día, lo más seguro es que a cualquiera de nosotros nos la trajera al pairo o, simplemente, lo viéramos pasar como un suceso sin más, pero en aquella época las cosas eran distintas. Las creencias y las tradiciones estaban fuertemente arraigadas en la sociedad, ¿por imposición? Tal vez, pero yo me decanto más por la idea de convicción. Al final uno era hijo de su tiempo y crecía dentro de unos valores que no siempre tenían por qué ser asumidos en su totalidad. Gran parte del clero y la sociedad se posicionaron en contra de este copatronazgo, en especial la Orden de Santiago, afectada particularmente por el suceso. Dentro de esta última, exhibiendo con orgullo la cruz del apóstol en su capa y jubón, el ilustre don Francisco de Quevedo en nombre de toda la orden y caballería de Santiago, y del propio Apóstol, se dirigió a Felipe IV de igual a igual, postulándose como pluma de los evangelistas en su “Memorial por el patronato de Santiago” en 1628, un año después de que el papa Urbano VIII confirmara a santa Teresa como copatrona.

Con todo el apoyo del cabildo catedralicio de Santiago de Compostela, Quevedo se arremangó y se lanzó a la búsqueda y recopilación de escritos, documentos, rezos y testimonios que probaran su postura de patronato único bajo la advocación de Santiago y de paso dejar clara al Rey Planeta -y a cuantos monarcas le sucedieran- la demarcación que separaba al poder regio del poder divino. En primer lugar, recordó a Felipe IV la gracia apostólica a la que se debía como monarca de España, porque

Santiago dio a vos el reino, quitándole con la espada a los moros.

Francisco de Quevedo, «Memorial por el patronato de Santiago».

Y continúa aludiendo al mismo Dios: ¿Pues cómo, señor, quitará o limitará o disminuirá el Reino a Santiago lo que no le dio, y le debe lo que es suyo por expresa voluntad de Cristo?. Por si esto no fuera suficiente, para agravar la comparativa y la reprimenda, insinuará a Felipe IV, en argot marcial, que delito es en la guerra volverse el alférez contra el capitán, por lo tanto, ¿cómo cabrá en vos esta culpa, que por la gracia de Dios y por el patrocinio de Santiago es vuestra majestad el mayor y el mejor rey del mundo?. Quevedo concluirá su memorial advirtiendo al rey de que

Santiago sabe sentir y entristecerse y aunque todo sea lícito a vuestra majestad […] no hay, señor, otro patrón como Santiago, ni otro reino con las obligaciones de éste, ni otro rey que le deba por vasallaje lo que vos le debéis.

Francisco de Quevedo, «Memorial por el patronato de Santiago».

El memorial quevediano, a ojos del monarca y su camarilla, pasará a ser grave ofensa. Por mucho que el escrito fuera con intento de servir, había pasado una línea que no debía haber cruzado. Y es que, cargar las tintas con imperativo divino contra el monarca más poderoso de aquellos tiempos, salía bien caro, en el caso de don Francisco la pena alcanzó los 6 meses de «borrasca» o destierro. Sopa boba, a Quevedo no podía callarlo ni el castigo más amargo. Ese mismo año (1628), cumpliendo su destierro, envia al conde-duque de Olivares “Su espada por Santiago”, obra en la que Quevedo se mantiene en sus trece y anima al monarca y a su valido a pedir consejo en las universidades de vuestros reinos porque son un oráculo doméstico muy socorrido para el negocio de este linaje. Por inercia de los escritos o fuerza del acoso popular, en 1630 Urbano VIII deroga el copatronazgo de santa Teresa de Jesús.

No habrá disculpas para don Francisco, ni siquiera Olivares, a quien Quevedo culpó del destierro, tuvo a bien el reconocimiento de su investigación. Ansioso por el desquite, el escritor dedicará unas palabras en 1633 vaticinando lo que se perdía el monarca cuando desechaba el consejo de los intelectuales: desdichado de aquel que ni se dejare convenzer de los hombres ni de las vestias [alegando al mismo Quevedo y otros intelectuales] … No conoçe para su ruina, que inobediençia de vn jumento libra de la muerte a vn profeta (“Execración contra los judíos”).

Biblografía:

La argumentación retórica en el «Memorial por el patronato de Santiago», de Francisco de Quevedo. Antonio Azaustre Galiana.

Memorial por el Patronato de Santiago. Francisco de Quevedo y Villegas.

Su espada por Santiago. Francisco de Quevedo y Villegas.

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