Suena el despertador, te levantas desconcertado y cagándote en la puñetera alarma. Los parpados pesan y las legañas se pegan. Así que te lavas la cara con la esperanza de despejarte un poco y volver a la realidad, Pero que va… Vaya modorra. Miras el reloj y te entran las prisas. Te vistes, con suerte picas algo y sales corriendo de casa. Llegas a clase o al trabajo y ves de todo, gente con mala cara cómo tú o esos pitiminíes felices de la vida que te reciben con un «¡Buenos días!» y esa puñetera sonrisita… Tú también sacas una sonrisa, sí, pero es más falsa que el beso de Judas, y lo sabes.
Uf, menos mal que es la hora del café. Sí ¡Café! Llegas al bar o a la cafetería, «Gregorio, ponme lo de siempre» Y Gregorio te entiende, sabe que tú lo que quieres es un café con leche bien caliente. Nada más entrar el olor por la nariz ya te estás despertando. Bendito aroma, primera alegría del día. Te gusta que el vaso queme, sabes que así el ratito de placer, ¨tu ratito¨, va a durar un minuto más. Rajas el sobre de azúcar, lo viertes y le das vueltas con la cuchara -podrías tirarte todo el día así-. Con mucho cuidado de no quemarte la lengua, le metes pequeños sorbos para acostumbrar la boca, y cuando te has dado cuenta estás a tragos largos y te has terminado tan delicioso brebaje. Te vas de la barra o de tu mesita y sales a la calle. Que se vayan a Parla esos ¨alegrías de buena mañana¨, el día ha empezado para ti.
Ah… El café. Bebida internacional. Capaz de reunir a amigos y enemigos. Nunca algo tan amargo había sido capaz de socializar y juntar incluso a los polos más opuestos. Pero, ¿cómo os quedáis si os digo que desde su entrada en Europa fue perseguido? ¿Y sí os cuento que un rey se propuso demostrar empíricamente su letalidad? Pues sí, seguid leyendo y os enteraréis.
¿Cómo fue la llegada del café a Europa?
El café es procedente de Etiopía (África) y contra todo lo que se pueda pensar llegó a difundirse bastante tarde por el mundo árabe, hacia el S.XV. Ya en 1583, Leonhard Rauwolf, un médico alemán que había pasado diez años en Oriente Medio, fue el primer europeo en describir el café:
«Una bebida tan negra como la tinta, útil contra numerosos males, en particular los males de estómago. Sus consumidores lo toman por la mañana, con toda franqueza, en una copa de porcelana que pasa de uno a otro y de la que cada uno toma un vaso lleno. Está formada por agua y el fruto de un arbusto llamado bunnu.»
El café llegó a Europa de manos de los venecianos hacia 1600, y no con muy buena prensa, las altas capas de la Iglesia aconsejaron al Papa Clemente VIII prohibirlo, decían que representaba a los infieles. Cuentan que antes de dar sentencia, el Papa lo probó; tras degustarlo bautizó la nueva bebida y la exculpo de males, es más, declaró que dejar sólo a los infieles aquel placer sería una lástima. Y así, pasado el control de ¨santidad¨, el café pronto tuvo nuevos consumidores, como los monjes: les permitía permanecer despiertos durante mucho tiempo, y además, mantenían el espíritu limpio -o eso decían-.
Quienes sí lo repudiaron fueron los sectores protestantes. En 1611 algunos terratenientes alemanes intentaron prohibir su difusión y aquello se mantuvo durante al menos un siglo hasta que Federico II de Prusia despenalizó su consumo, y lo sometió al pago de un fuerte impuesto. La Cruzada contra el café prosiguió en el norte de Europa hasta bien entrado el siglo XIX. En el caso de Rusia estuvo prohibido durante mucho tiempo bajo pena de tortura e incluso mutilación. Es más, cuando la policía zarista encontraba a alguna persona con crisis nerviosa, directamente se lo atribuía al café.
Sí todo lo anterior os ha sorprendido, preparaos para la siguiente historia.
¿Qué fue el ¨Experimento del café¨ de Gustavo III de Suecia?
Gustavo III de Suecia (1746-1792) fue un personaje peculiar: cultureta por devoción y buen amigo de las artes; primo de Catalina la Grande y aprendiz del absolutismo. Supo dar un golpe de estado contra la aristocracia e imponer un peculiar despotismo ilustrado.
Al parecer el consumo de té y café se popularizó y estandarizó de lleno en Suecia a mediados del S.XVIII, tanto aumentó que en 1746 (gobernaba el padre de Gustavo) se promulgó un edicto real en contra de ambas bebidas debido a su «consumo excesivo». Tanto el café como el té resultaron gravados con elevados impuestos, y su impago conllevaba sanciones y la confiscación de tazas y platos. No mucho después, el café fue prohibido por completo; pero a pesar de esto, no cesó su consumo.
Ya en el trono y siguiendo el ejemplo de su padre, Gustavo, que consideraba el café como una amenaza para la salud pública y estaba decidido a probar sus fatales efectos, ordenó que se llevara a cabo un experimento científico para demostrarlo. Cogieron como conejillos de indias a dos gemelos idénticos. Ambos habían sido juzgados y condenados a muerte por un asesinato. La pena fue conmutada por cadena perpetua con la condición de que uno de los gemelos bebiera tres ollas de café y el otro la misma cantidad de té, durante el resto de sus vidas. Y claro, para probarlo, dos médicos fueron asignados para supervisar el experimento e informar acerca de los resultados al rey.
Curiosidades de la vida: los dos doctores murieron antes de que el experimento se completara; Gustavo III, fue asesinado en 1792, por lo cual, tampoco pudo ver los resultados. Sin embargo, de los gemelos, el bebedor de té falleció con 83 años; el bebedor de café murió algo después, aunque se desconoce la fecha con exactitud (5-7 años más tarde quizás).
Conclusión: fracaso absoluto. Tanto que el experimento ha sido llamado con mucha guasa «El primer ensayo clínico sueco».
Muy interesante el artículo.
Alguna vez había leído que el primer europeo en probar el cafe, no se si lo describió también por escrito, fue el español Pedro Paez. No si si sera cierto, pero aprovecho para introducir al personaje, que bien pudiera ser objeto de alguno de sus artículos, porque tiene gran historia.